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jueves, 26 de abril de 2012

Deshonestidad política

Deshonestidad política

No debería extrañar a nadie. Al fin  y al cabo, este tipo de prácticas siempre se han dado en la búsqueda de preservar u obtener el poder, entre políticos y entre partidos, pero no deja de ser impresionante el cinismo, la desvergüenza de varios de los involucrados en escándalos de corrupción política, quienes a pesar de que sus acciones han sido puestas al descubierto, en unas ocasiones se niegan a aceptarlo, y en otras reconocen que sí, han sido pillados, pero que ello no les merece ninguna consideración dado que las evidencias hayan sido recabadas de manera clandestina, y hechas llegar a los medios de comunicación bajo el anonimato de sus aportadores o fuentes.

Son políticos y dirigentes de organizaciones políticas, cuya razón de existir y conducirse como tales, es simple y llanamente beneficiarse para provecho personal o de grupo, de las oportunidades que les brinda el ejercicio del poder político, sobre todo en épocas pre-electorales y electorales, o en el transcurso de las mismas, vendiéndose al mejor postor, condicionando apoyos a cambio de recursos económicos o inconfesables compromisos de facturas a cobrar cuando el beneficiario de sus reprobables acciones obtenga y usufructúe el poder público.

Por estas y otras causas es que la política y los políticos, con sus honrosas excepciones, han perdido credibilidad y prestigio entre los ciudadanos, situación que alcanza a los gobiernos de los tres niveles, por lo que se advierte un hartazgo social que, incluso, podría desembocar en un momento dado, aunque muchos no lo crean, en movimientos violentos de protesta legítima, que tendría que ser controlada mediante el uso de la fuerza pública con la crudeza de la represión y sus lamentables consecuencias.

Un escenario de tales dimensiones a nadie conviene. Por eso los involucrados en actos de deshonestidad política evidente y palpable, aunque pretenda ser encubierta u ocultada sin lograrlo, deben reflexionar a fondo, tomar la que para ellos significaría una difícil y dolorosa decisión, aunque para la sociedad la señal de que, en efecto, 2012 surgiría como el punto de partida de una nueva era, de una definitiva etapa de recomposición política y social que tanta falta hace y que evitaría el surgimiento del caos: Hacerse a un lado y dejar que los más capaces, en todos los sentidos, se hagan cargo de conducir lo concerniente a la renovación de los integrantes del poder en Tabasco y en México.

Todo esto último es un anhelado sueño colectivo. Resultan meras buenas intenciones, pero existe todavía la oportunidad de hacerlo realidad. Lo merece la sociedad en general, lo merece Tabasco y lo merece México.

Si los organizadores, si los protagonistas del juego sucesorio del poder, no se esfuerzan por sacar adelante su encomienda lo más limpia y democráticamente posible, serán culpables de desencadenar un ambiente perversamente violento, del que muchos de ellos también serán víctimas—tal vez lo merezcan—, y arrastrarán a la sociedad a la búsqueda de establecer un nuevo modelo de conducción y ejercicio del poder político y público surgido de un probable, lamentable y doloroso movimiento que bien puede y debe evitarse si se privilegian la inteligencia, la razón y la cordura, por encima de ambiciones personales o de grupo relacionadas con la obtención del poder para realizar actividades corruptas y cobrar venganzas bajo el amparo protector de la impunidad.

  

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